Dejamos atrás mi lugar favorito hasta el momento del Interrail, Ksamil, y nos adentramos en las montañas de Albania. Nuestro destino era Gjirokastër, una belleza auténtica albanesa. El recorrido desde Sarandë en autobús fue una experiencia curiosa; viajábamos en pequeñas furgonetas que iban recogiendo personas y materiales por el camino. Llegamos a cambiar de vehículo como tres veces antes de llegar finalmente a nuestro destino.
Cuando llegamos, nos tocó subir las empinadas pendientes hasta llegar al pueblo. Las vistas al fabuloso castillo de Gjirokastër me dejaron sin palabras. Con mis amigos de Soria, decidimos visitarlo, y las vistas desde allí eran impresionantes, con las sierras de Albania extendiéndose ante nuestros ojos, creando un paisaje de lo más majestuoso.
Recorrimos el pueblo como buenos turistas, explorando cada rincón de sus calles empedradas y sumidos en la historia del lugar. Al final, decidimos comer en el Restaurante Tradicional Gjoça. Aunque la comida en las zonas más turísticas no era barata, el precio de una habitación privada en la zona sí era sorprendentemente económico. La calidad de la comida era excelente, pero lo que realmente me impactó fue lo accesible que resultó todo en general.
Fue una de esas experiencias únicas que, sin duda, me marcaron durante mi aventura por Albania.