Budapest

Desde el momento en que puse un pie en Budapest, su energía me atrapó por completo. Sabía que estos cinco días iban a ser algo especial, una verdadera inmersión en la esencia de esta ciudad que mezcla historia, cultura y un ambiente vibrante como pocas en el mundo.

Día 1: Relajación y primeras impresiones
Decidí empezar por lo esencial: los Baños Széchenyi. No hay mejor manera de adaptarse al ritmo de Budapest que sumergirse en sus aguas termales. Mientras el vapor ascendía en el aire frío, me dejé llevar por la calma y el contraste del agua caliente con el frescor exterior. La arquitectura neobarroca que me rodeaba parecía sacada de otro tiempo. Me quedé allí horas, como si no existiera el mundo fuera de esas piscinas. Al salir, me di un paseo por el cercano Parque Városliget y me encontré con el Castillo Vajdahunyad, un lugar que parecía pertenecer a un cuento medieval. Por la noche, me senté a cenar un plato de goulash en un restaurante local. Su sabor contundente y especiado fue el cierre perfecto para el primer día.

Día 2: La magia de Buda
La mañana siguiente cruzé el Puente de las Cadenas, con la vista del Danubio a ambos lados y la majestuosidad del Castillo de Buda esperándome al otro lado. Al llegar, me perdí en sus calles empedradas y subí al Bastión de los Pescadores, desde donde el Parlamento de Budapest se alzaba como una joya reflejada en el río. No podía apartar la vista. También visité la Iglesia de Matías, cuya arquitectura me dejó sin palabras. Esa tarde, decidí explorar la gastronomía y probé un lángos (pan frito típico) en un pequeño puesto. El ambiente era tan acogedor que terminé charlando con locales sobre los mejores lugares para visitar.

Día 3: El Danubio y la vida nocturna
El tercer día estuvo marcado por el Danubio. Subí a un crucero y, mientras navegábamos por el río, pude ver la ciudad desde una perspectiva completamente diferente. Los puentes, las fachadas de los edificios y las colinas de Buda parecían aún más majestuosos desde el agua. Pero la noche fue un mundo aparte. Terminé en una de las famosas fiestas de los ruin bars, esos bares montados en edificios abandonados, llenos de luces, arte y una energía indescriptible. En el Szimpla Kert, bailé, bebí y me sentí como si la noche nunca fuera a terminar.

Día 4: Historia y solemnidad
Este día fue un poco más introspectivo. Visité el Parlamento de Budapest por dentro y me quedé maravillado con su grandeza. Después, caminé por la orilla del Danubio hasta llegar al Monumento de los Zapatos, un homenaje conmovedor a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Fue un momento de reflexión que me conectó profundamente con la historia de la ciudad. Por la tarde, exploré el Mercado Central, donde los aromas y colores me invitaron a probar de todo: paprika, salamis, quesos… Fue un festín para los sentidos.

Día 5: Despedida con vistas
El último día decidí tomármelo con calma y disfrutar de la ciudad desde las alturas. Subí a la Colina Gellért y desde allí contemplé Budapest en todo su esplendor. El Danubio brillaba bajo el sol, y cada rincón de la ciudad parecía contarme una historia. Para despedirme, me senté en una terraza con vista al río, disfrutando de un café y un pastel de dobos, mientras pensaba en todo lo vivido.

Budapest me regaló paisajes, sabores, historia y emociones. Fue una experiencia profunda, como si durante esos cinco días me hubiera fundido con la ciudad misma. Prometí volver algún día, porque estoy seguro de que aún guarda secretos que no descubrí.

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