Brujas

El viaje a Brujas comenzó con esa emoción especial que siento cada vez que descubro una nueva ciudad. Desde el primer momento en que puse un pie en sus calles adoquinadas, sentí que había viajado en el tiempo. Las casas medievales, los canales y la atmósfera tranquila me envolvieron en un ambiente casi mágico.

Lo primero que hice fue dirigirme a la Plaza Mayor (Markt), el corazón de la ciudad. Allí, el imponente Belfort, con su torre de 83 metros, me retó a subir sus 366 escalones. El esfuerzo valió la pena: desde la cima, Brujas se desplegaba ante mí como una postal perfecta, con sus tejados rojos y canales serpenteantes.

Desde allí caminé hasta la Burg Square, donde admiré la arquitectura gótica del Ayuntamiento y la mística Basílica de la Santa Sangre. Saber que en su interior se guarda una reliquia de la sangre de Cristo le dio un aire solemne a la visita.

El siguiente destino era el icónico Rozenhoedkaai (Muelle del Rosario), probablemente el rincón más fotografiado de Brujas. No me resistí a capturar el reflejo de los edificios en el agua antes de embarcarme en un paseo en barco por los canales. Navegar entre las antiguas casas de colores, pasando bajo puentes de piedra y viendo los cisnes deslizándose por el agua, hizo que entendiera por qué llaman a Brujas la “Venecia del Norte”.

Más tarde, me dirigí al Begijnhof, un oasis de tranquilidad con sus casas blancas y su jardín sereno. Luego, caminé hasta el Lago del Amor (Minnewater), donde los cisnes se movían con elegancia, dando al lugar un aire romántico y casi irreal.

No podía irme sin probar la famosa cerveza de Brujas, así que terminé mi recorrido en la cervecería De Halve Maan. Allí, no solo degusté una Brugse Zot, la cerveza insignia de la ciudad, sino que también hice el tour por la fábrica. Descubrí la historia detrás de esta cervecería familiar y su increíble sistema de tuberías subterráneas que transporta la cerveza a otra parte de la ciudad.

Con una cerveza en la mano y la satisfacción de haber recorrido Brujas, me quedé un rato más disfrutando de la atmósfera única de la ciudad. Al caer la tarde, las luces doradas reflejadas en los canales hicieron que me enamorara aún más de este rincón de Bélgica. Brujas era exactamente como me la imaginaba… y a la vez, mucho mejor

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