Mi viaje nocturno de Budapest a Cluj-Napoca
Era mi última noche en Budapest y, con la emoción de embarcarme hacia un nuevo destino, abordé el tren nocturno hacia Cluj-Napoca. Sabía que no sería un trayecto rápido, pero había algo casi romántico en la idea de viajar de noche, balanceándome al ritmo del tren mientras cruzaba las fronteras entre Hungría y Rumanía.
Al entrar en el vagón, me dirigí a mi litera. Era una habitación estrecha con seis camas, tres a cada lado, apiladas una sobre otra. Me tocó la cama intermedia, un lugar estratégico que evitaba el vértigo de la cama superior y el frío que a veces se cuela desde el suelo en la inferior. Guardé mi mochila, me acomodé como pude y traté de relajarme. A pesar de lo compacto del espacio, había algo reconfortante en la compañía de los otros pasajeros, cada uno con su historia y su rumbo.
El paso fronterizo: la noche interrumpida
Justo cuando empezaba a sumergirme en ese ligero sueño propio del vaivén del tren, fui despertado por el golpe de las puertas corredizas. Oficiales húngaros entraron en el vagón. La luz de sus linternas iluminaba nuestras caras somnolientas mientras pedían los documentos de cada pasajero. A pesar del cansancio, el momento tenía algo solemne. Saqué mi DNI español y, tras un vistazo rápido, me lo devolvieron con un gesto de aprobación.
No mucho tiempo después, al cruzar a territorio rumano, ocurrió lo mismo, pero esta vez con los oficiales rumanos. Sus uniformes eran diferentes, pero el proceso era igual: linternas, preguntas rápidas y la revisión de los pasaportes o documentos de identidad. Aunque Rumanía aún no forma parte del espacio Schengen, entregar mi DNI fue suficiente, algo que agradecí porque el proceso se hizo relativamente rápido. Aun así, estas interrupciones en mitad de la noche tenían algo casi surrealista, como si estuviera en una película de espías cruzando fronteras en tiempos antiguos.
El resto del viaje
Entre el movimiento del tren y el vaivén de los controles, me costó conciliar el sueño de nuevo, pero finalmente logré dormitar un par de horas. Me desperté con las primeras luces del amanecer entrando por la ventana del vagón. El paisaje había cambiado: colinas verdes, pueblos pequeños con casas de tejados rojizos y una sensación de haber entrado en un lugar diferente, casi mágico. El aire parecía más fresco, más lleno de promesas.
Llegada a Cluj-Napoca
Cuando el tren finalmente se detuvo en la estación de Cluj-Napoca, me bajé con la mochila al hombro y un café caliente en la mano, comprado a un vendedor ambulante en el andén. La ciudad me recibió con un ambiente animado y acogedor, con sus calles empedradas, edificios históricos y una mezcla perfecta de modernidad y tradición. Aunque la noche en el tren había sido todo menos tranquila, el viaje había valido la pena.
Ese trayecto, con sus despertares abruptos y el murmullo de las vías del tren, no solo fue un traslado, sino parte de la aventura misma. Ahora estaba en Cluj, listo para descubrir esta joya escondida de Transilvania.